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lunes, 21 de septiembre de 2015

MUCHAS PUNTAS, EL MISMO ICEBERG




Ante la solidaridad social mostrada con las personas sirias en búsqueda de refugio en la Unión Europea, hay voces que están reclamando que este gesto de fraternidad debiera dirigirse antes hacia las personas en situación de emergencia social que ya viven en nuestro país, que no son pocas si contamos a las que están bajo el umbral de la pobreza, inmigrantes sin documentos, refugiadas y demandantes de asilo.

En cierto modo la cosa no deja de tener su gracia porque normalmente quienes plantean estas cosas son las personas socialmente más insolidarias, las que rara vez hacen algo por alguien desconocido,  pero que en situaciones como estas reclaman a los que se movilizan, que ya que se ponen a hacer algo, se ocupen de las causas que ellos y ellas consideran más genuinas. Tampoco suelen exigir nunca al Estado que se ocupe de estas cuestiones, pero lo mismo, si este ha de dar una respuesta de emergencia, que sea para quienes ellos y ellas consideran grupos prioritarios.

No obstante, sí que hay que conceder a estas voces que las que expresamos nuestra solidaridad parecemos hacerlo de una forma muy selectiva, privilegiando unas causas frente otras en el espacio y en el tiempo, de un modo no siempre coherente y a menudo discontinuo. Así, existen causas como para aburrir, pero la mayoría no nos movemos a la acción más que por unas pocas y en gran parte de los casos no permanentemente.

Solemos pensar que seleccionamos las misiones en función de la ideología y quizá esto sea verdad para unas cuantas personas que hacen de sus causas particulares su modo de vida. Sin embargo, para la mayor parte de la gente, esta que ejerce una solidaridad más transversal, con grados de implicación diversos y discontinuos, este mecanismo de selección está relacionado más bien con la forma en que nuestro cerebro procesa la información y toma las decisiones.

Daniel Kahneman, psicólogo conductual, Premio Nobel de Economía de 2002, ha trabajado toda la vida en analizar como adquirimos, seleccionamos y procesamos la información que luego usamos para decidir. La conclusión es que la forma en que razonamos está llena de sesgos que hacen que nuestros recuerdos (en base a los cuales decidimos en situaciones futuras) no coincidan con lo que realmente experimentamos. De este modo, tendemos a recordar mucho mejor algo que nos angustia mucho durante poco tiempo que algo que nos angustia con menos intensidad durante un periodo mucho mayor. Así, tendemos a dar más importancia a la información reciente que nos ha causado un fuerte impacto, aunque de corta duración (la desoladora foto del pequeño niño sirio ahogado en la playa), que a una información que nos genera emociones menos intensas, no por referirse a situaciones menos graves, sino porque nos hemos familiarizado con su contenido (los conflictos bélicos de larga duración en el mundo, incluyendo la propia guerra de Siria, o la situación de pobreza de muchas personas, incluidas las del propio barrio, la violencia de género…). Los medios de comunicación, conocedores de estos mecanismos, generan, por un lado, esta cotidianidad de lo extraordinario que se nos vuelve cuasi-asumible y, por contraste, producen también los picos de intensidad emocional por los que nos vemos arrastrados y que generan lo que consideraremos inaceptable (al menos por un rato). 

¿Qué podemos aprender de todo esto?

Por un lado el hecho obvio de que la mayor parte de nosotros no elegimos nuestras guerras.  

Pero también nos enseña que aunque cotidianamente estemos poco reactivos a las situaciones de desigualdad, opresión e injusticia que tenemos en el entorno, sabemos que esto es por pura saturación y por la capacidad del ser humano de acomodarse a las circunstancias más hostiles (y porque sentimos aplastados por el miedo a muchas otras cosas); pero por nuestra reacción a los picos de intensidad emocional, la crisis de los refugiados sirios es un ejemplo reciente, sabemos también que nuestra capacidad de indignación está tocada pero no hundida, y que esta nos genera una energía y un impulso colectivo que en modo alguno podemos permitirnos el lujo de desperdiciar.

La cuestión importante en todo esto es que, las percibamos como las percibamos, las diferentes causas siguen ahí y que lo que la energía que se moviliza para unas también puede servir a la de todas. La energía social que se puede movilizar para acoger a los refugiados sirios, es la misma que sirve para acoger adecuadamente a todas las personas que pidan refugio, sin hacer distinción de su horror de procedencia; los mecanismos de coordinación entre administraciones, y entre estas, ONGs y grupos ciudadanos, que se puedan articular para dar cobertura a estas situaciones extraordinarias, puede servir también para mejorar los mecanismos en otras situaciones de emergencia social. La energía que empleemos en exigir al Estado que posibilite el efectivo ejercicio de los derechos sociales de las personas refugiadas, no aceptando ninguna coartada financiera por respuesta, es energía empleada en defender el Estado Social para todo el mundo, sin excepciones.

Todo esto demuestra también que pese a lo que nos contamos sobre el egoísmo humano, lo que les pase a los demás sí que nos importa, aunque las circunstancias nos lleven a saltar de una preocupación a otra con un grado de atención variable. Pero necesitamos comprender de una vez por todas que estos picos son protuberancias del mismo iceberg, aprender a establecer las conexiones, a ver cada una de estas situaciones como una manifestación del mismo problema: la tensión permanente por el dominio y el control de los recursos estratégicos para el sostenimiento del sistema-mundo, en expresión de Wallerstein.

El desafío para los que seguimos creyendo que esto tiene arreglo, es la canalización de toda esta energía procedente de las indignaciones puntuales, que actualizan cada vez la indignación subyacente, para ponerla al servicio, por un lado, de la defensa de los derechos sociales ante cualquier institución que los ataque; y, por otro, para innovar socialmente logrando articulaciones más eficaces, tejiendo redes cada vez más resistentes que posibiliten que apoyando la causa que hayamos elegido, las apoyemos todas.



martes, 29 de mayo de 2012

De la Universidad Pública a la Universidad de los Comunes.


Desde la última entrada he estado con muchas más ganas de leer que de escribir, de escuchar que de decir, de sentir que de pensar y lo que he ido observando, oyendo, viviendo, reflexionando en el transcurso de los acontecimientos del último año me ha dejado desconcertada, como cuando se confirma un rumor difamatorio sobre alguien que conoces, que no querías creer porque no te atrevías a imaginar ese comportamiento de su parte, pero que una vez que se produce te das cuenta de que realmente no te extraña.

Creía que Matrix era una excelente metáfora del mundo en el que vivimos, pero no había comprendido hasta ahora hasta qué punto. Lo que antes se me presentaba como una realidad segmentada, ahora se dibuja en un cuadro completo que algunos más perspicaces que yo denominan “sistema neofeudal”. Hoy soy mucho más consciente de que estoy drogada por el consumo, manipulada por los medios de comunicación de masas, estafada por el sistema financiero, engañada por el gobierno… y todo ello, en beneficio de unos puñados de miles que conforman la élite mundial. De todo ello, lo que más me ha perturbado al salir del aletargamiento es tomar plena conciencia del sistema educativo como sistema de adoctrinamiento, especialmente porque como profesora universitaria, de forma inconsciente (aunque yo pensaba que me salía de la norma), lo he venido reproduciendo casi cada día desde hace veinte años.

En este país, de escasa tradición investigadora, durante los dos últimos siglos la universidad era un espacio de encuentro entre varones de clases altas para matar su curiosidad, por un lado, y para legitimar su posición social, por otro, o para ambas cosas. Las mujeres y los pobres (salvo unos pocos “dotados” becados), por razones conocidas, no formábamos parte de ese espacio, por lo que era un mecanismo perfecto para la legitimación de los sistemas de poder preexistentes. Los valores de la universidad era los necesarios para hacer poderoso y valeroso a un hombre que liderara el progreso hacia un futuro lineal en el que la tecnología ayudaría a resolverlo todo. La universidad pública fue pieza clave en la transición desde el franquismo porque allí estaban concentradas las élites ilustradas que iban a salir más favorecidas con el triunfo de la democracia en España, liderando todo lo que estaba por venir.

La cosa cambia cuando a la educación accede cualquiera y cualquiera puede enviar a sus hijos e hijas a la universidad (maldita socialdemocracia), entonces el sistema de legitimación universitario público ya no resulta eficaz y hay que crear señales de reconocimiento externo como los másteres privados, las grandes escuelas de negocio, etc., de las que se esperan surjan los líderes legitimados del futuro. De este modo, las élites  pierden el interés por la universidad pública, que ya sólo queda como cadena industrial de producción del personal asalariado con capacitación media y de ahí esta preocupación relativamente reciente por la protocolización, por la estandarización, por la igualación del producto resultante.

Ya no formamos líderes, formamos personas seguidoras, les adoctrinamos con programas docentes lineales, que han de cumplirse de cabo a rabo, basados en gran parte en manuales ad hoc (libro de instrucciones), aderezados con power points, videoconferencias y muchos cuestionarios de autoevaluación en plataformas virtuales (por lo del auto-aprendizaje). Sólo en clases extra, en las que nos salimos del programa, en las que no entran en examen y que parte del alumnado considera una pérdida de tiempo, les preguntamos cómo quieren vivir y les proporcionamos algún instrumento (en particular la retórica y el pensamiento divergente) para liderarse a sí mismos, para hacerse dueños de sus proyectos y de sus vidas. Les recomendamos obras clásicas que les aporten visiones generales alternativas sobre lo que es el mundo y que les ayuden a cuestionarse hacia dónde vamos, pero no les obligamos a leerlas con clama (no hay tiempo en el programa). No propiciamos con ellos la reflexión posada, no les hacemos hablar entre ellos, cooperar, informarse, reflexionar individual y colectivamente. No suficientemente, no por sistema, sólo de forma tangencial. Para el sistema que nos constriñe es más importante el adoctrinamiento, la formación en competencias.

La paradoja es, especialmente en España, que el sistema productivo, el destino final del producto del sistema educativo, ni siquiera tiene capacidad de absorción de los egresados universitarios debidamente adoctrinados. Así, muchos de los que salen de la Universidad se encuentran frustrados en sus expectativas de encontrar un empleo en el que desarrollar sus competencias, se ven abocados al desempleo o al subempleo, o tienen que buscarse la vida en el extranjero. Por contra, lo que sí que necesita este país es gente con capacidad de pensar el mundo de otro modo, gente que sean capaz no sólo de desarrollos tecnológicos que hagan la vida humana viable y vivible, sino también de construir formas alternativas de organización económica, política, social justas y ambientalmente sostenibles; gente que resitúe la cultura en el interior de las personas y no en los objetos que poseen, gente que genere espacios de vida inteligentes en armonía con el entorno mejorando la calidad de vida de todas las personas y de cada una. ¿Utopía? Claro, también lo era que los hijos de los obreros fuéramos a la universidad y que algunos acabáramos incluso de profesores, pero estamos aquí y nos queda algún resquicio de pensamiento crítico para replantearnos los objetivos de la institución.

El discurso sobre la reforma universitaria se centra en la primera parte de la paradoja: el sistema universitario es ineficaz porque produce algo que sobra, nos sale muy caro y además no puede ser que a la universidad vaya cualquiera, no hay tantos puestos que requieran esa cualificación, mejor que se los queden unos pocos, los que mejores condiciones de partida tengan, así la inversión es más eficiente. Se ignora deliberadamente el segundo aspecto, que sí que demanda puestos de una altísima cualificación, que podrían llevarnos además a crear nuevas formas de actividad socio-económica, rompiendo muchos de los círculos viciosos actuales.  Pero claro, eso es lo que nos faltaría, que la universidad fuese un espacio de generación altersistémica, en el  que la gente piense de más, que eso lo único que trae es el descontento de “las bases”, la insatisfacción y es fuente de inestabilidad, para “los de arriba”, mejor dejar el mundo como está.

Pero yo no me resigno, no quiero dejar el mundo como está. Desde aquí llamo al profesorado universitario a una rebelión que sin pausa y sin prisa, evitando la precipitación, haciendo uso de los valores que caracterizan la actividad científica, (rigor metodológico, distancia crítica y transparencia en los resultados) vayamos utilizando nuestra autonomía universitaria y nuestras libertades de cátedra para  ir tirando por la borda los programas credencialistas y meritocráticos que nos hemos impuesto, construyendo hojas de ruta docentes alternativas que nos permitan interrogarnos  con el alumnado sobre qué es el mundo y cómo queremos vivir individual y colectivamente, y no sólo sobre los medios para facilitar el modelo de existencia que nos asiste. Centrémonos en poner todos los conocimientos que tenemos disponibles y los que podamos construir al servicio de un gran proyecto colectivo de transición socio-ecológica hacia modos de vida socialmente justos y naturalmente sostenibles. Una nueva ilustración pero más participada, más reticular, realmente democrática. Hagamos de la Universidad Pública, la que pagamos entre todos, una verdadera Universidad de los Comunes.



jueves, 5 de mayo de 2011

Promesas electorales

Leo de nuevo a Galeano y su Mundo al revés y pienso que pasan los años y seguimos en las mismas.

Nos organizamos políticamente a través de un sistema en el que votamos cada cierto tiempo a representantes en los que delegamos las decisiones sobre los asuntos en los que nos va la vida. Cuando llegan las campañas electorales las personas candidatas nos explican que un mundo mejor es posible y que si ellos o ellas llegan al poder (o continúan en él) harán esto o aquello por el bien común y la vida será más vivible. Estas son las promesas electorales, esas que nos gusta oír, porque nos gusta creer que votamos nuestra opción justificadamente, pero que en última instancia no determinan el resultado, bien porque en el fondo no las creemos, bien porque en realidad no las escuchamos, pues nuestra preferencia ideológica no se basa estrictamente en razones, sino en impresiones y sensaciones. Este es el juego: los políticos hacen promesas electorales y nosotros les votamos sabiendo que no las van a cumplir.

Cabría preguntarse, sin embargo, si es posible cambiar esto. Si es posible hacer que las promesas se cumplan. Y la cuestión es que la cosa está difícil, porque estas promesas normalmente están relacionadas con intereses colectivos, con el interés general, sin embargo, los electos y electas, en su día a día, con quien luego tratan directamente es con personas pertenecientes a diversos grupos de interés que no se representan más que así mismos. Estos grupos, por regla general directamente vinculados a las élites económicas y sociales del ámbito de que se trate (local, regional, estatal, internacional), están muy organizados y disponen de una gran poder mediático. Sus problemas no sólo ocupan un gran espacio en todos los medios, pues tienen el poder de amplificarlos todo lo que quieran, sino que además, son presentados como si fueran problemas de todo el mundo. Esto justifica, de cara a la opinión pública, que los gobernantes se ocupen inmediatamente de ellos, olvidando las “promesas electorales” (después de todo nadie las creía) e invirtiendo los escasos recursos colectivos en defender estos intereses particulares presentados como socialmente prioritarios. Con esto los grupos quedan reforzados y el círculo vicioso está servido.

Una vez cada cuatro años votamos a los representantes políticos, pero nunca votamos a los grupos de interés que supuestamente representan los intereses globales. Estos siguen ahí, y son siempre los mismos, con más o menos fuerza, según quien gobierne, pero siempre los mismos. Cuando las élites están interesadas en el cambio, como en la transición española, el cambio se produce. Cuando no, son capaces de estrangular cualquier intento transformador por poderoso que sea (que coman República, decían las élites conservadoras en los años treinta, dejando secar las cosechas, provocando la miseria de los jornaleros; a propósito de esto muchas veces me pregunto si con la crisis actual en España no estaremos ahora comiendo talante, pero eso es otra historia...).

Por eso, ahora que se acercan las municipales (y algunas autonómicas) deberíamos tener en cuenta a la hora de votar, no sólo las promesas, escuchándolas y tomándolas en serio, sino también quiénes son los grupos de interés que están detrás de cada opción y qué tipo de objetivos tienen y si estos son o no compatibles con estas promesas. Eso por un lado, por otro, los que no formamos parte de estas élites, y además estamos convencidos que de lo que se trata es de que lo público se concentre en solucionar de la forma más justa posible los problemas colectivos, tenemos que seguir poniendo todo nuestro empeño en organizarnos en un gran grupo de interés (hacer ciudadanía activa que se llama) y en usar todos los medios a nuestro alcance (especialmente las redes sociales) para hacernos oír y que nuestros problemas ocupen el espacio que merecen en las agendas y en los presupuestos de quienes gobiernan.

Vota el día 22, eso es fundamental, pero también, y más importante aún, busca a tu gente, únete, di algo, actúa y presiona de manera continuada para que la agenda diaria de los gobiernos de los próximos cuatro años se concentre en cumplir las promesas electorales. Regeneremos la democracia.

lunes, 25 de abril de 2011

Hessel, Sampedro y el futuro

¿Por qué si has nacido después de 1980 tienes que hacer caso al mensaje de un par de señores que han nacido en 1917?

Para empezar porque el simple hecho de que te estén dirigiendo la palabra ya es algo extraordinario. Ya es bastante especial, teniendo en cuenta la esperanza de vida al nacer del año en que nacieron y el siglo que les ha tocado vivir (guerras, hambre, holocaustos, represión, pruebas nucleares...) que estén vivos; y aún más extraordinario, que conserven la lucidez, no sólo por su edad, que también, sino especialmente por no haberse dejado ganar por un sentimiento de frustración al ver como está el mundo, que les hubiese llevado a exiliarse interiormente y a perder todo interés por la especie, a dejarla por imposible hace ya muchos años y a llevarse el aprendizaje de su intensa y dilatada experiencia vital a la tumba.

Segundo, porque te lo cuentan en pocas palabras y muy fáciles de entender, luego no requiere mucho esfuerzo: los logros sociales no los regalan. La igualdad, la justicia, la libertad se conquistan y cada persona ha de tomar partido en esa batalla, porque le va la vida en ello. Sobre todo a los pobres. Y todos, excepto los ricos por su casa, somos pobres. Si vives de tu trabajo, eres pobre. Si no tienes trabajo, eres más pobre aún.

Tercero, porque Hessel y Sampredro no son meros supervivientes, pertenecen a una generación que creía en el progreso, en que otro mundo era posible y que ellos (junto con todos sus coetáneos) tenían la llave del cambio. Eligieron sus causas y actuaron en consecuencia. Y entre todos lograron cosas, cosas muy valiosas como que la gente que nacía pobre y vivía de su trabajo no se muriese en la miseria y que la educación y la atención médica llegara a las masas. Nos advierten también que las conquistas no son para siempre, que hay que trabajar por mantenerlas. Ven que estas conquistas están erosionándose y por eso nos gritan “Indígnate”, “Reacciona”, piden que no se vaya por la borda todo aquello por lo que tantos dieron la vida y que tanto nos beneficia a todos. Nos están pidiendo que tomemos el relevo y por nuestro bien deberíamos tomarlo.

Si no sabes que hacer, lee (de todo) y conversa con otros (real y virtualmente) de lo que te preocupa, elige causa y obra en consecuencia y desconfía del sistema, sobre todo de los medios de comunicación, porque su objetivo es tener a la gente entretenida. Decía Godard el de la Nouvelle Vague que los que explotan no les cuentan cómo lo hacen a los que están explotando y que los media (prensa, tv, cine, arte,...) son el discurso de los explotadores hacia los explotados, por lo tanto no podemos encontrar un reflexión fiable de lo que ocurre en el mundo a través de ellos. Piensa en la información que se te ofrece: noticias con un montón de ruido, publicidad y fútbol, mucho fútbol. Es entretenido, pero mientras, te están comiendo la merienda.

Es probable que estos medios te transmitan el mensaje de que no tienes futuro. Pero es mentira. Piensa en la gente que nació el 1917, vete a una hemeroteca ¿qué futuro crees que tenían? El que ellos construyeron (y de las rentas estamos aún viviendo). Tu punto de partida es mejor, estás mejor alimentado, sabes leer y escribir y estás conectado.

¡Vamos!





martes, 19 de abril de 2011

Lampedusa, Gadafi, Finlandia: problemas complejos, soluciones prácticas.

¿Qué es el fascismo sino la exacerbación del sentido práctico llevado a la política?

Que molestan los judíos, pues los asfixiamos; que nadie se ocupa del hogar si todos trabajan, pues las mujeres a casa; que nos pasamos hereditariamente los genes y eso genera "errores", eliminemos los "errores"; que que todo el mundo opine hace más difícil el orden social, eliminemos la libertad de opinión; que hay grupos sociales que no se ajustan a las normas de un orden social establecido, pues erradiquémoslos. Son soluciones simples a problemas complejos.

Una de mis preguntas de toda la vida es porqué la gente (incluso gente que está intelectualmente dotada para muchas otras cosas) acepta el fascismo con tanta facilidad. Porqué las clases medias se inhiben y dejan que esto pase. Pues porque estas situaciones emergen en el momento de máxima complejidad social, cuando la gente está muy harta de líos, de conflictos, de follones, de no saber qué pensar, de no saber qué hacer... Y entonces viene alguien que dice: "Es muy fácil. Nosotros nos ocupamos, tú lo único que tienes que hacer es ajustarte a un orden social, hacer tu vida y no molestar. Y señalarnos a los que molestan, para quitarlos de en medio y que todo gire. Deja esto en nuestras manos, nosotros nos aseguraremos de seleccionar a los "hombres" más capaces y mas firmes para el gobierno; tú vuelve a tu pequeña vida, trabaja, ten hijos, consume, consume, consume, no te apartes del buen camino y tu vida será una maravilla (sólo los subversivos tienes algo que temer). Si eres lo suficientemente valeroso, algún día podrás incluso acceder a esta élite de capaces, que están ahí por sus méritos, no por ser ricos o estar bien conectados". Es un discurso muy directo para gente harta, desconcertada y con muy buen concepto de sí misma. Por eso triunfa, el ejemplo de Finlandia no es más que otra manifestación de este fenómeno.

Y claro, cuanto más follones parezca que hay, pues mejor, más va a confiar la gente en los gobiernos que propongan soluciones simples.

Y esto da miedo, porque estando el mundo como está tenemos margen para mucho follón, y los simplificadores están a la vuelta de la esquina: que es un gran inconveniente que los inmigrantes de Lampedusa quieran quedarse en el país, pues los enviamos a otro; que ese otro país ve un problema recibirlos, pues se cierran las fronteras; que tenemos dictadores con un lucido historial terrorista pero que tienen la llave de una de las mayores reservas de petróleo, pues tendremos que considerarlos amigos, extravagantes, pero amigos; que esos dictadores están disparando contra su propio pueblo, pues qué le vamos a hacer, pero las fuentes energéticas y el control social de la zona son más importantes; que lo más fácil para hacerse con el control del país es minar sus instituciones y es desacreditarlo hasta tal punto que deba ser intervenido por las instituciones financieras internacionales, pues sea...

Y así andamos. Así que cada vez es más urgente que salgamos de nuestras pequeñas vidas y que busquemos la mejor manera de canalizar nuestra energía con otros que también saben que los problemas complejos sólo se remedian con soluciones complejas.

Busca tu causa y actúa, porque si esperas un poco puede ser tarde.

domingo, 17 de abril de 2011

¿Mujer Salvaje?

Leo Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés, una psicoanalista jungiana, especialista en psicología etnoclínica que dice que para estar sanas tenemos que recuperar a la Mujer Salvaje que llevamos dentro.  La clave para llevar una vida plena está, dice, en conectarnos con la naturaleza femenina fundamental, que según ella se parece mucho a la de los lobos.

Para Pinkola encontrar y unirse a la naturaleza instintiva significa "establecer un territorio, encontrar la propia manada, estar en el propio cuerpo con certeza y orgullo cualesquiera que sean los dones y las limitaciones físicas, hablar y actuar en nombre propio, ser consciente y estar en guardia, echar mano de las innatas facultades femeninas de la intuición y la percepción, recuperar los propios ciclos, descubrir qué lugar le corresponde a una, levantarse con dignidad y conservar la mayor consciencia posible". ¿No está mal verdad?

Para encontrarla dice que hay que hacer arqueología en nuestra propia psique y que esto se puede hacer a través de los cuentos. Pero no a través de los cuentos de hadas que nos han contado a las generaciones más recientes, edulcorados, deshumanizados, mutilados, a los que se les ha sustraído todo el contenido sexual, escatológico, precristiano, sino a partir de las historias orales arquetípicas universales, que se han pasado de generación en generación en muy diversos contextos culturales, comunicando la sabiduría de siglos y siglos de humanidad vivida. La autora analiza una selección de 19 cuentos que pueden ofrecer pistas para encontrar a nuestra Mujer Salvaje.

Apenas he leído un par de cuentos y el lenguaje psicológico y el planteamiento místico de esta mujer no me llegan muy directamente (occidentalizada que está una), no obstante, dice cosas muy curiosas y voy a seguir leyendo, porque ¿y si realmente esa Mujer Salvaje existe? Desde luego, me resulta mucho más atractiva la idea de explorar si tengo una Loba en mi interior que la de buscar a "la niña que llevo dentro".  Entre otras cosas porque siempre me he temido que la mía fuese la niña del exorcista, o lo que es peor, que todo es posible, la niña de Rajoy.

martes, 12 de abril de 2011

Gente que abre puertas

Como mucha otra gente, estoy rodeada de otra gente que se pasa el día intentando abrir puertas que creen que nos llevan a un mundo mejor.
Gente que se esfuerza cada día en hacer las cosas como cree que las tiene que hacer, como creen que es posible hacerlo, de un modo más sensato, más generoso, más transparente. Y que sabe que no todos es cuestión de dinero.
Es gente que cree que puede provocar cambios para mejor vivir, que la transformación no es sólo necesaria, sino también posible. Y que no se desanima porque otros no lo crean.
Son personas que saben que el cambio comienza por uno mismo y que si no se pelea por lo que se quiere, si no se insiste, si no se lucha, ganarán los defensores del insostenible status quo.
Son gente que sabe que sólo se pueden hacer cosas que merezcan la pena con otra gente.
No son gente famosa, ni líderes de grandes movimientos, pero cada uno de ellos tira lo que puede en su propio campo (pequeños y no tan pequeños, desde el activismo social,  la investigación, la empresa, el deporte, el mundo interior... o todo a la vez).
No son angelitos, algunos son soberbios, otros cabezotas, o intransigentes (especialmente con los inmovilistas), todos obstinados y muchas veces se equivocan, como nos equivocamos todos. Pero ahí están, tratando de abrir puertas, arreglando cerraduras, empujándolas cuando están atascadas, tirando con todas sus fuerzas, aunque algunas veces el único problema es que son correderas, o que sólo se abren con códigos o tarjetas especiales.
A esta gente le vendría bien un poco de ayuda y que quienes gobiernan se pusieran, aunque sólo fuera de vez en cuando, a su altura.