Ante la solidaridad social mostrada con las
personas sirias en búsqueda de refugio en la Unión Europea, hay voces que están
reclamando que este gesto de fraternidad debiera dirigirse antes hacia las
personas en situación de emergencia social que ya viven en nuestro país, que no
son pocas si contamos a las que están bajo el umbral de la pobreza, inmigrantes
sin documentos, refugiadas y demandantes de asilo.
En cierto modo la cosa no deja de tener su
gracia porque normalmente quienes plantean estas cosas son las personas socialmente
más insolidarias, las que rara vez hacen algo por alguien desconocido, pero que en situaciones como estas reclaman a
los que se movilizan, que ya que se ponen a hacer algo, se ocupen de las causas
que ellos y ellas consideran más genuinas. Tampoco suelen exigir nunca al Estado
que se ocupe de estas cuestiones, pero lo mismo, si este ha de dar una
respuesta de emergencia, que sea para quienes ellos y ellas consideran grupos prioritarios.
No obstante, sí que hay que conceder a estas
voces que las que expresamos nuestra solidaridad parecemos hacerlo de una forma
muy selectiva, privilegiando unas causas frente otras en el espacio y en el
tiempo, de un modo no siempre coherente y a menudo discontinuo. Así, existen
causas como para aburrir, pero la mayoría no nos movemos a la acción más que
por unas pocas y en gran parte de los casos no permanentemente.
Solemos pensar que seleccionamos las
misiones en función de la ideología y quizá esto sea verdad para unas cuantas
personas que hacen de sus causas particulares su modo de vida. Sin embargo,
para la mayor parte de la gente, esta que ejerce una solidaridad más
transversal, con grados de implicación diversos y discontinuos, este mecanismo
de selección está relacionado más bien con la forma en que nuestro cerebro
procesa la información y toma las decisiones.
Daniel Kahneman, psicólogo conductual, Premio
Nobel de Economía de 2002, ha trabajado toda la vida en analizar como
adquirimos, seleccionamos y procesamos la información que luego usamos para decidir.
La conclusión es que la forma en que razonamos está llena de sesgos que hacen
que nuestros recuerdos (en base a los cuales decidimos en situaciones futuras)
no coincidan con lo que realmente experimentamos. De este modo, tendemos a recordar
mucho mejor algo que nos angustia mucho durante poco tiempo que algo que nos
angustia con menos intensidad durante un periodo mucho mayor. Así, tendemos a
dar más importancia a la información reciente que nos ha causado un fuerte
impacto, aunque de corta duración (la desoladora foto del pequeño niño sirio ahogado
en la playa), que a una información que nos genera emociones menos intensas, no
por referirse a situaciones menos graves, sino porque nos hemos familiarizado
con su contenido (los conflictos bélicos de larga duración en el mundo,
incluyendo la propia guerra de Siria, o la situación de pobreza de muchas
personas, incluidas las del propio barrio, la violencia de género…). Los medios
de comunicación, conocedores de estos mecanismos, generan, por un lado, esta
cotidianidad de lo extraordinario que se nos vuelve cuasi-asumible y, por
contraste, producen también los picos de intensidad emocional por los que nos
vemos arrastrados y que generan lo que consideraremos inaceptable (al menos por un rato).
¿Qué podemos aprender de todo esto?
Por un lado el hecho obvio de que la mayor parte de nosotros no elegimos nuestras guerras.
Pero también nos enseña que aunque cotidianamente estemos poco
reactivos a las situaciones de desigualdad, opresión e injusticia que tenemos
en el entorno, sabemos que esto es por pura saturación y por la capacidad del
ser humano de acomodarse a las circunstancias más hostiles (y porque sentimos
aplastados por el miedo a muchas otras cosas); pero por nuestra reacción a los
picos de intensidad emocional, la crisis de los refugiados sirios es un ejemplo
reciente, sabemos también que nuestra capacidad de indignación está tocada pero
no hundida, y que esta nos genera una energía y un impulso colectivo que en
modo alguno podemos permitirnos el lujo de desperdiciar.
La cuestión importante en todo esto es que,
las percibamos como las percibamos, las diferentes causas siguen ahí y que lo
que la energía que se moviliza para unas también puede servir a la de todas. La
energía social que se puede movilizar para acoger a los refugiados sirios, es
la misma que sirve para acoger adecuadamente a todas las personas que pidan
refugio, sin hacer distinción de su horror de procedencia; los mecanismos de
coordinación entre administraciones, y entre estas, ONGs y grupos ciudadanos,
que se puedan articular para dar cobertura a estas situaciones extraordinarias,
puede servir también para mejorar los mecanismos en otras situaciones de
emergencia social. La energía que empleemos en exigir al Estado que posibilite
el efectivo ejercicio de los derechos sociales de las personas refugiadas, no
aceptando ninguna coartada financiera por respuesta, es energía empleada en
defender el Estado Social para todo el mundo, sin excepciones.
Todo esto demuestra también que pese a lo
que nos contamos sobre el egoísmo humano, lo que les pase a los demás sí que
nos importa, aunque las circunstancias nos lleven a saltar de una preocupación
a otra con un grado de atención variable. Pero necesitamos comprender de una
vez por todas que estos picos son protuberancias del mismo iceberg, aprender a establecer
las conexiones, a ver cada una de estas situaciones como una manifestación del
mismo problema: la tensión permanente por el dominio y el control de los
recursos estratégicos para el sostenimiento del sistema-mundo, en expresión de
Wallerstein.
El desafío para los que seguimos creyendo
que esto tiene arreglo, es la canalización de toda esta energía procedente de las
indignaciones puntuales, que actualizan cada vez la indignación subyacente,
para ponerla al servicio, por un lado, de la defensa de los derechos sociales
ante cualquier institución que los ataque; y, por otro, para innovar
socialmente logrando articulaciones más eficaces, tejiendo redes cada vez más
resistentes que posibiliten que apoyando la causa que hayamos elegido, las
apoyemos todas.
Buena reflexión!!
ResponderEliminarLa cuestión es como movilizarnos (también de forma indivualmente) de forma que no creamos que luchamos por causas imposibles por cuanto que ello nos lleva a la pasividad.
Es necesario creer que el sistema, en el que estamos inmersos y que alimentamos y nos retralimenta, es posible cambiarlo hacia un sistema más igualitario para todas las personas y no solo para unas pocas.
Ma alegro de tu regreso Clara Etragu!!!