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lunes, 21 de septiembre de 2015

MUCHAS PUNTAS, EL MISMO ICEBERG




Ante la solidaridad social mostrada con las personas sirias en búsqueda de refugio en la Unión Europea, hay voces que están reclamando que este gesto de fraternidad debiera dirigirse antes hacia las personas en situación de emergencia social que ya viven en nuestro país, que no son pocas si contamos a las que están bajo el umbral de la pobreza, inmigrantes sin documentos, refugiadas y demandantes de asilo.

En cierto modo la cosa no deja de tener su gracia porque normalmente quienes plantean estas cosas son las personas socialmente más insolidarias, las que rara vez hacen algo por alguien desconocido,  pero que en situaciones como estas reclaman a los que se movilizan, que ya que se ponen a hacer algo, se ocupen de las causas que ellos y ellas consideran más genuinas. Tampoco suelen exigir nunca al Estado que se ocupe de estas cuestiones, pero lo mismo, si este ha de dar una respuesta de emergencia, que sea para quienes ellos y ellas consideran grupos prioritarios.

No obstante, sí que hay que conceder a estas voces que las que expresamos nuestra solidaridad parecemos hacerlo de una forma muy selectiva, privilegiando unas causas frente otras en el espacio y en el tiempo, de un modo no siempre coherente y a menudo discontinuo. Así, existen causas como para aburrir, pero la mayoría no nos movemos a la acción más que por unas pocas y en gran parte de los casos no permanentemente.

Solemos pensar que seleccionamos las misiones en función de la ideología y quizá esto sea verdad para unas cuantas personas que hacen de sus causas particulares su modo de vida. Sin embargo, para la mayor parte de la gente, esta que ejerce una solidaridad más transversal, con grados de implicación diversos y discontinuos, este mecanismo de selección está relacionado más bien con la forma en que nuestro cerebro procesa la información y toma las decisiones.

Daniel Kahneman, psicólogo conductual, Premio Nobel de Economía de 2002, ha trabajado toda la vida en analizar como adquirimos, seleccionamos y procesamos la información que luego usamos para decidir. La conclusión es que la forma en que razonamos está llena de sesgos que hacen que nuestros recuerdos (en base a los cuales decidimos en situaciones futuras) no coincidan con lo que realmente experimentamos. De este modo, tendemos a recordar mucho mejor algo que nos angustia mucho durante poco tiempo que algo que nos angustia con menos intensidad durante un periodo mucho mayor. Así, tendemos a dar más importancia a la información reciente que nos ha causado un fuerte impacto, aunque de corta duración (la desoladora foto del pequeño niño sirio ahogado en la playa), que a una información que nos genera emociones menos intensas, no por referirse a situaciones menos graves, sino porque nos hemos familiarizado con su contenido (los conflictos bélicos de larga duración en el mundo, incluyendo la propia guerra de Siria, o la situación de pobreza de muchas personas, incluidas las del propio barrio, la violencia de género…). Los medios de comunicación, conocedores de estos mecanismos, generan, por un lado, esta cotidianidad de lo extraordinario que se nos vuelve cuasi-asumible y, por contraste, producen también los picos de intensidad emocional por los que nos vemos arrastrados y que generan lo que consideraremos inaceptable (al menos por un rato). 

¿Qué podemos aprender de todo esto?

Por un lado el hecho obvio de que la mayor parte de nosotros no elegimos nuestras guerras.  

Pero también nos enseña que aunque cotidianamente estemos poco reactivos a las situaciones de desigualdad, opresión e injusticia que tenemos en el entorno, sabemos que esto es por pura saturación y por la capacidad del ser humano de acomodarse a las circunstancias más hostiles (y porque sentimos aplastados por el miedo a muchas otras cosas); pero por nuestra reacción a los picos de intensidad emocional, la crisis de los refugiados sirios es un ejemplo reciente, sabemos también que nuestra capacidad de indignación está tocada pero no hundida, y que esta nos genera una energía y un impulso colectivo que en modo alguno podemos permitirnos el lujo de desperdiciar.

La cuestión importante en todo esto es que, las percibamos como las percibamos, las diferentes causas siguen ahí y que lo que la energía que se moviliza para unas también puede servir a la de todas. La energía social que se puede movilizar para acoger a los refugiados sirios, es la misma que sirve para acoger adecuadamente a todas las personas que pidan refugio, sin hacer distinción de su horror de procedencia; los mecanismos de coordinación entre administraciones, y entre estas, ONGs y grupos ciudadanos, que se puedan articular para dar cobertura a estas situaciones extraordinarias, puede servir también para mejorar los mecanismos en otras situaciones de emergencia social. La energía que empleemos en exigir al Estado que posibilite el efectivo ejercicio de los derechos sociales de las personas refugiadas, no aceptando ninguna coartada financiera por respuesta, es energía empleada en defender el Estado Social para todo el mundo, sin excepciones.

Todo esto demuestra también que pese a lo que nos contamos sobre el egoísmo humano, lo que les pase a los demás sí que nos importa, aunque las circunstancias nos lleven a saltar de una preocupación a otra con un grado de atención variable. Pero necesitamos comprender de una vez por todas que estos picos son protuberancias del mismo iceberg, aprender a establecer las conexiones, a ver cada una de estas situaciones como una manifestación del mismo problema: la tensión permanente por el dominio y el control de los recursos estratégicos para el sostenimiento del sistema-mundo, en expresión de Wallerstein.

El desafío para los que seguimos creyendo que esto tiene arreglo, es la canalización de toda esta energía procedente de las indignaciones puntuales, que actualizan cada vez la indignación subyacente, para ponerla al servicio, por un lado, de la defensa de los derechos sociales ante cualquier institución que los ataque; y, por otro, para innovar socialmente logrando articulaciones más eficaces, tejiendo redes cada vez más resistentes que posibiliten que apoyando la causa que hayamos elegido, las apoyemos todas.



1 comentario:

  1. Buena reflexión!!
    La cuestión es como movilizarnos (también de forma indivualmente) de forma que no creamos que luchamos por causas imposibles por cuanto que ello nos lleva a la pasividad.
    Es necesario creer que el sistema, en el que estamos inmersos y que alimentamos y nos retralimenta, es posible cambiarlo hacia un sistema más igualitario para todas las personas y no solo para unas pocas.
    Ma alegro de tu regreso Clara Etragu!!!

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