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martes, 29 de mayo de 2012

De la Universidad Pública a la Universidad de los Comunes.


Desde la última entrada he estado con muchas más ganas de leer que de escribir, de escuchar que de decir, de sentir que de pensar y lo que he ido observando, oyendo, viviendo, reflexionando en el transcurso de los acontecimientos del último año me ha dejado desconcertada, como cuando se confirma un rumor difamatorio sobre alguien que conoces, que no querías creer porque no te atrevías a imaginar ese comportamiento de su parte, pero que una vez que se produce te das cuenta de que realmente no te extraña.

Creía que Matrix era una excelente metáfora del mundo en el que vivimos, pero no había comprendido hasta ahora hasta qué punto. Lo que antes se me presentaba como una realidad segmentada, ahora se dibuja en un cuadro completo que algunos más perspicaces que yo denominan “sistema neofeudal”. Hoy soy mucho más consciente de que estoy drogada por el consumo, manipulada por los medios de comunicación de masas, estafada por el sistema financiero, engañada por el gobierno… y todo ello, en beneficio de unos puñados de miles que conforman la élite mundial. De todo ello, lo que más me ha perturbado al salir del aletargamiento es tomar plena conciencia del sistema educativo como sistema de adoctrinamiento, especialmente porque como profesora universitaria, de forma inconsciente (aunque yo pensaba que me salía de la norma), lo he venido reproduciendo casi cada día desde hace veinte años.

En este país, de escasa tradición investigadora, durante los dos últimos siglos la universidad era un espacio de encuentro entre varones de clases altas para matar su curiosidad, por un lado, y para legitimar su posición social, por otro, o para ambas cosas. Las mujeres y los pobres (salvo unos pocos “dotados” becados), por razones conocidas, no formábamos parte de ese espacio, por lo que era un mecanismo perfecto para la legitimación de los sistemas de poder preexistentes. Los valores de la universidad era los necesarios para hacer poderoso y valeroso a un hombre que liderara el progreso hacia un futuro lineal en el que la tecnología ayudaría a resolverlo todo. La universidad pública fue pieza clave en la transición desde el franquismo porque allí estaban concentradas las élites ilustradas que iban a salir más favorecidas con el triunfo de la democracia en España, liderando todo lo que estaba por venir.

La cosa cambia cuando a la educación accede cualquiera y cualquiera puede enviar a sus hijos e hijas a la universidad (maldita socialdemocracia), entonces el sistema de legitimación universitario público ya no resulta eficaz y hay que crear señales de reconocimiento externo como los másteres privados, las grandes escuelas de negocio, etc., de las que se esperan surjan los líderes legitimados del futuro. De este modo, las élites  pierden el interés por la universidad pública, que ya sólo queda como cadena industrial de producción del personal asalariado con capacitación media y de ahí esta preocupación relativamente reciente por la protocolización, por la estandarización, por la igualación del producto resultante.

Ya no formamos líderes, formamos personas seguidoras, les adoctrinamos con programas docentes lineales, que han de cumplirse de cabo a rabo, basados en gran parte en manuales ad hoc (libro de instrucciones), aderezados con power points, videoconferencias y muchos cuestionarios de autoevaluación en plataformas virtuales (por lo del auto-aprendizaje). Sólo en clases extra, en las que nos salimos del programa, en las que no entran en examen y que parte del alumnado considera una pérdida de tiempo, les preguntamos cómo quieren vivir y les proporcionamos algún instrumento (en particular la retórica y el pensamiento divergente) para liderarse a sí mismos, para hacerse dueños de sus proyectos y de sus vidas. Les recomendamos obras clásicas que les aporten visiones generales alternativas sobre lo que es el mundo y que les ayuden a cuestionarse hacia dónde vamos, pero no les obligamos a leerlas con clama (no hay tiempo en el programa). No propiciamos con ellos la reflexión posada, no les hacemos hablar entre ellos, cooperar, informarse, reflexionar individual y colectivamente. No suficientemente, no por sistema, sólo de forma tangencial. Para el sistema que nos constriñe es más importante el adoctrinamiento, la formación en competencias.

La paradoja es, especialmente en España, que el sistema productivo, el destino final del producto del sistema educativo, ni siquiera tiene capacidad de absorción de los egresados universitarios debidamente adoctrinados. Así, muchos de los que salen de la Universidad se encuentran frustrados en sus expectativas de encontrar un empleo en el que desarrollar sus competencias, se ven abocados al desempleo o al subempleo, o tienen que buscarse la vida en el extranjero. Por contra, lo que sí que necesita este país es gente con capacidad de pensar el mundo de otro modo, gente que sean capaz no sólo de desarrollos tecnológicos que hagan la vida humana viable y vivible, sino también de construir formas alternativas de organización económica, política, social justas y ambientalmente sostenibles; gente que resitúe la cultura en el interior de las personas y no en los objetos que poseen, gente que genere espacios de vida inteligentes en armonía con el entorno mejorando la calidad de vida de todas las personas y de cada una. ¿Utopía? Claro, también lo era que los hijos de los obreros fuéramos a la universidad y que algunos acabáramos incluso de profesores, pero estamos aquí y nos queda algún resquicio de pensamiento crítico para replantearnos los objetivos de la institución.

El discurso sobre la reforma universitaria se centra en la primera parte de la paradoja: el sistema universitario es ineficaz porque produce algo que sobra, nos sale muy caro y además no puede ser que a la universidad vaya cualquiera, no hay tantos puestos que requieran esa cualificación, mejor que se los queden unos pocos, los que mejores condiciones de partida tengan, así la inversión es más eficiente. Se ignora deliberadamente el segundo aspecto, que sí que demanda puestos de una altísima cualificación, que podrían llevarnos además a crear nuevas formas de actividad socio-económica, rompiendo muchos de los círculos viciosos actuales.  Pero claro, eso es lo que nos faltaría, que la universidad fuese un espacio de generación altersistémica, en el  que la gente piense de más, que eso lo único que trae es el descontento de “las bases”, la insatisfacción y es fuente de inestabilidad, para “los de arriba”, mejor dejar el mundo como está.

Pero yo no me resigno, no quiero dejar el mundo como está. Desde aquí llamo al profesorado universitario a una rebelión que sin pausa y sin prisa, evitando la precipitación, haciendo uso de los valores que caracterizan la actividad científica, (rigor metodológico, distancia crítica y transparencia en los resultados) vayamos utilizando nuestra autonomía universitaria y nuestras libertades de cátedra para  ir tirando por la borda los programas credencialistas y meritocráticos que nos hemos impuesto, construyendo hojas de ruta docentes alternativas que nos permitan interrogarnos  con el alumnado sobre qué es el mundo y cómo queremos vivir individual y colectivamente, y no sólo sobre los medios para facilitar el modelo de existencia que nos asiste. Centrémonos en poner todos los conocimientos que tenemos disponibles y los que podamos construir al servicio de un gran proyecto colectivo de transición socio-ecológica hacia modos de vida socialmente justos y naturalmente sostenibles. Una nueva ilustración pero más participada, más reticular, realmente democrática. Hagamos de la Universidad Pública, la que pagamos entre todos, una verdadera Universidad de los Comunes.